Todo español con un mínimo de paladar y mundo sabe que, cuando
se sale de España y se quiere comer o cenar hay que estar preparado para
dos posibles eventualidades: que no encuentres comida de tu agrado, y
que la minuta te deje la tarjeta temblando. Si hablamos concretamente de
Suiza, lo primero no pasa tanto, pero al contrario hay un exceso de lo
segundo, especialmente en lo referente al precio del vino (no tanto de
la cerveza).
El pasado Sábado 8 de Diciembre salimos a cenar en Zürich
bajo una intensa nevada. Y como somos de “pico fino”, buscamos un sitio
bueno, es decir, caro (bueno, caro para el estándar español, ya que
aquí en Suiza, gastarse 200 eurazos en cenar es “pecata minuta”.
Bien, el restaurante elegido fue Lumière,
un restaurante francés con una fusión argentina (que no entendí muy
bien); de tamaño medio y en la zona antigua de la cuidad, que tenía
bastante buena pinta. Fundamental la reserva un Sábado noche en Zürich,
especialmente en un buen local, si no te iras a cenar a tu casa
seguramente. Llegamos puntuales y nos sentaron rápido. Un sitio muy
bonito, con una decoración sobria y clásica que hacía un ambiente
acogedor. Sin embargo nos sentaron en una mesa raquítica que hacia
esquina, y debajo de la cual mis rodillas y enormes pies no hacían otra
que chocar con las piernas de mi novia, cosa que una vez en casa y
puestos en “faena” está muy bien, pero que para estar a gusto cenando me
toca las narices bastante, vamos que me sentí como cuando uno se sienta
en el asiento de una Low-Cost.
Los camareros, muy atentos y correctos
durante toda la velada, mitigaron mi mosqueo por esa sensación
claustrofóbica. Nos trajeron las cartas, todo tenia una pinta genial.
Una carta ni larga ni corta, muy clara y en la que todo era apetecible. Y
aquí el detalle que más me llamo la atención de la noche, al final de
todo detallan de donde proviene cada carne y adjuntan una serie de
características:
Digamos que flipé con el hecho de
que te digan que una de las carnes que sirven puede llevar hormonas y
otras mierdas. De que se trata? Come la carne Suiza y no te comas la
Argentina? Si es así pueden hacer dos cosas, o bien no sirves carne
Argentina, o bien ponla más cara, pero en ningún caso digas que puede
ser como pegarle un bocado al cerebro de Rafa Mora. Vamos digo yo. No
obstante, consulté el tema por la red social con un reputado chef
Español, y me dejo claro que es posible que esto se deba a un tema de
normativa. Y oye, de ser así, me parece cojonudo, pero yo personalmente,
si fuera el dueño, ante la disyuntiva de vender carne tratada con todo
tipo de mierda poniéndolo en el menú, o no venderla, opto por lo
segundo.
Dicho esto nuestra elección
fueron dos primeros y dos segundos. Primero unos langostinos a la
plancha con una salsa especial para mi novia, y para mí una ensalada de
Brie fundido con una vinagreta de frambuesa, acompañado de unas copas de
Celeste, un Ribera de Duero muy recomendable. Tanto los langostinos
como la ensalada de Brie, estuvieron exquisitos. Los langostinos eran
grandes, carnosos y estaban bien pasados. No tenían nada de arena y los
sirvieron ya pelados. Y qué decir de la ensalada. Si, vale, era una
puñetera ensalada, de Brie, nada de otro planeta, pero tenía una
vinagreta de frambuesa sencillamente brutal. De hecho estaba tan buena
que si me la traen en un cuenco me la como a cucharadas.
De segundo pedimos
dos platos de carne. Mi novia se pidió un corte de carne sin hormonas
cocinado con trufa negra, bien pasado (un pecado en mi opinión), y yo me
pedí la especialidad de la carta, el Solomillo “Cafe du Paris”, y lo
pedí al punto. Un señor plato. Bueno, la carne con trufa estaba de
escándalo, pero el festival fue mi Solomillo. Un plato servido en una
cazuela caliente, y que se compone de una carne a la brasa y fileteada, y
que a su vez cocinan un rato al horno con una salsa tipo bechamel con
un toque de hierbas aromáticas, un de ellas Romero, ingrediente que no
se ve mucho y que, si se sabe combinar en su justa medida de la a los
platos un toque muy sabroso. Ambos platos acompañados de un puré de
patatas muy cuidado, cremoso y ligero, combinación perfecta para dos
platos contundentes.
Las raciones de
los primeros y los segundos fueron muy generosas, tanto que, un
“tragaldabas” como yo que le va el dulce como pocas otras cosas en la
vida, no fue capaz de pedir postre, aunque reconozco que tuve unos
segundos de duda sobre si me hubiera metido la Creme Brulee o no.
Felices
como perdices pedimos la cuenta, y ahí es donde vino el escozor. Por
qué? Pues por los 200 francos de la minuta. Así en frio, suena a sablazo
de los buenos, pero con un poco de perspectiva, teniendo en cuenta
aspectos como el país, la cuidad, el restaurante, y sobre todo lo
tremendamente bien que comimos y lo bien que fuimos atendidos, no me
dolió pagar dejando una buena propina.
Resumiendo,
sitio de calidad y recomendable, no apto para aquellos que miren
demasiado la peseta, y muy apto para los que saben apreciar los detalles
de una comida de calidad, y el exceso de sinceridad en la carta.
Solo un consejo, si os da por ir, aseguraros de que no os pongan en puta mesa de la esquina.
Que aproveche!
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